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Blog de Lucas Diponto Repenique

Cuentos de Lucas D.R.

El Guerrero Imparcial

El Guerrero Imparcial El guerrero imparcial, entomologo, indofrecuente, epistoládico, finaliménico e imperrotico espera la llegada del oponente para asestar su hachada en la cabeza del más temido enemigo

Fabrico cuencos de arroz para el mayor vendedor de joyas que no deja sin vender la última copa de vino que cae del tonel.

Escribo frases con olor a sal que secan las grietas del aire que se nos acumula en los pulmones.

Pienso ideas escocesas que apagan el calor de los sauces que pueblan las tierras de irlanda

Dibujo manteles para asambleas donde se sientan oblongos dictadores que esperan su turno para comer.

Escribiré puntiagudas promesas que no llevarán al final más que al tuerto que dibuja crucifijos

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Esto fue escrito mientras probaba mi caligrafía que como pueden ver es pésima. Y la verdad es que ya cuando empecé a escribir a los cuatro años no me gustaba nada rellenar esas tontas libretas de tontas letras sueltas. Y nunca llegué a aprender , como tantas cosas.

Like Earth And Sun

just a simple thought
to smile

just a simple mind
to bright

just you.
and you bring me illusions

But...

But, well, i cant forget what i have to do.
its not simple. and i cant remember all that.
but, for that, i do just what i can.
i dont try anything else
if i would, something could crash me
i cant do anything else.
but im not sitting as a cow
well... really i dont now what am i doing.
but its like walking on a wheel
just like wheel of fortune

just like earth and sun

Y avanzemos: (Cuento)

Y avanzemos:

Más tarde que nunca, llegó la sirena del juicio final. Todos preparados para saltar al vacío. Nadie se quejaba. Nadie preguntaba, para qué estamos allí. Todos sabemos para que hemos venido. Tuvimos tiempo de correr y descansar. Nadie nos preguntó si sufriamos mucho. No era momento para esperar ni para retroceder, Nadie lo intentaba. Nadie tenía dudas. Nadie quería cerrar los ojos. Y "Nadie" era el único que lloraba. Nadie era el único que no comprendía para qué habíamos llegado a tal destino. Para qué debíamos ¿perecer? en la caída. "Nadie" no había comprendido el sentido de la entrega. A "Nadie", le faltaba la instrucción que le impulsaba a desaparecer. Él debía crear su propia instrucción. Él debía elegir cómo deseaba entregarse. Como deseaba desaparecer. Como deseaba morir. Todos tenían ya una muerte predestinada, Nadie debía elegir la suya.

Y aunque Nadie había pensado mucho, jamás había llegado a pensar en la necesidad de entregarse. En sus pensamientos siempre llegaba a un punto que le hacía retroceder. Una idea de la que huía sin darse cuenta. Como un agujero negro, pero que a él lo alejaba. Nadie pensaba, y su pensamiento era lo único que necesitaba.

Si Nadie no se entregaba, moriría desgarrado por la tensión entre dos mundos. Yo ya no se qué hacer con él. Yo no se cómo ayudarle. Pero tal vez alguien pueda alguna vez ayudarle. En su largo camino en su trayecto hasta encontrar su instrucción. Su verdad.

El Escritor

El pobre escritor ya no podía escribir. Sólo podía escupir sobre la gente, despreciar al mundo, odiar la indiferencia. Asqueado por si mismo. Odiandose. Feo. Sin ganas. Sin posibilidades. Nunca se había dado cuenta de su dolor. Siempre se lo ocultaba a su conciencia, tapándolo con su orgullo. Y había vivido en esa felicidad ausente del que no pide nada. Y nada necesita. Pero su pobre inocencia no pudo resistir el más doloroso golpe. Cuando aquella a la que amaba le demostró lo inútil y feo que era. Le demostró cuánto tiempo había malgastado haciéndose vanas ilusiones. Esperando a la mujer que no había de llegar. Ella le rompió el corazón. Se lo rompió en mil pedazos. Pedazos que él no quería volver a recomponer. No había ya un motivo para hacerlo. Él ya no quería vivir. Ya no quería su vida. La tiraría al pozo más hondo. Aquellas novelas cortas que escribía, hablando de las cosas maravillosas que cualquiera podía encontrar en el más nimio de los detalles, se habían convertido en un balbucear de reprobaciones, quejas, ascos, odios, desprecios, insultos hacia si mismo, por cómo había sido tán inocente. ¿Qué haría a partir de ahora?. ¿Qué haría?.

Sólo le quedaban sus largos paseos. Seguía observando a la gente. Seguía distrayéndose con los personajes que a su alrededor circulaban. Pero ahora había un elemento más. Una tristeza. Una amargura. Una pesadez que le oprimía el pecho cuando miraba a la gente. Por lo que no era, y por lo que deseaba y no podía. Languidecía mirando su taza de café. Volvía a su casa asqueado. Con ganas de romperlo todo por la estupidez de la gente. Llegaba a su casa, y otra vez solo le salían palabras que escupían al mundo. Odio. La gente es estúpida. No hay nadie bueno. Todos son fantasmas. Todos son feos. Al acabar el día, un mal sabor de boca, como el que te deja una caja de pitillos fumada en una hora. Tirarse en la cama. Y caer en el sueño. En su sueño todo era oscuro, tétrico. Construcciones que se elevaban más allá de la vista. Escaleras interminables que bajaban, siempre bajaban. Él escapando, perseguido por algo que no veía. Bajando escaleras, atravesando pasillos, saltando muros. Y de pronto, se paró. Empezó a escuchar una serena melodia. De esas que no piden nada. Que dan todo lo que tienen. Y que embriagan con sus notas. El monstruo que lo seguía se fue ralentizando, y fue marcando su paso lento como un reloj. La melodía seguía el ritmo. Él se sintió aliviado. Reconfortado por el acompasado ritmo y la dulce melodía. Quiso saber de dónde procedía. Empezó a dirigirse hacia un lado, pero la melodía parecía venir de todas partes. Miró a su alrededor, y vió un espejo. Se paró delante de éste y miró. Vió que era él, que silbaba esa melodía. Él podía hacer surgir algo bello. Y se emocionó. Entonces pensó. Miró al espejo y vió al fondo un hermoso paisaje en las montañas. Plagado de flores, árboles, y nubes, cielo. Eso era lo que veía en el espejo. Entonces decidió silbar más alto. EL escenario tétrico que lo rodeaba empezó a temblar. Las construcciones empezaron a vibrar, y la oscuridad se fue iluminando. Un sol empezaba a aparecer detrás suyo que iba coloreando todo. El sol derritió las construcciones que dejaron paso a los árboles. Las plantas surgieron de la tierra. Las flores brotaron. Todo a su alrededor era hermoso. Y él lo había provocado. Entonces volvió a mirar al espejo. Y se vió. Él era una luz intensa. Una fuerza luminosa que iluminaba todo. Él era el sol que había aparecido en el paisaje alrededor.

Despertó y se dió cuenta de que valía la pena esperar, para ver lo hermoso que podía ser el mundo. Para él, alguna vez. Otra vez.

Las Manos

Hacía tres meses que había tenido el accidente. El golpe contra la carretera le destrozó las manos. Le quedaron jirones de dedos cayendo de sus brazos. Los médicos le habían dicho que intentarían algún método para sustituirle sus manos. QUe harían todo lo posible. Pero él ya sabía que las había perdido. Nunca más vería su linea de la vida, que se le alargaba hasta la muñeca, y la del corazón que llegaba a tocarse con ésta después de enredarse con la de la cabeza. Su destino había cambiado. Ya no pasaría lo que debería haber pasado. Todo esto lo pensaba tumbado en su camilla, esperando. Esperando no sabe qué. Mirando al techo, o a sus pies, que aún conservaba. No quería mirar sus muñones. Sentía que estaban abultados, envueltos por muchas gasas y vendas. No quería mirar. Sólo sentía la falta de su fuerza. La fuerza directora. La que le apartaba las ramas al pasar por un camino estrecho. La fuerza que impelía al avance. La que sostenía su vida. No podía existir ya un destino para él. Sólo le quedaba esperar. Esperar su fin. Y en eso, dormir. En sus sueños siempre lo mismo. Aparecía mirando por una ventana el hermoso paisaje. Y al cabo de unos segundos, cuando iba a acomodarse el pelo, veía que sus manos estaban empotradas en la pared. Sólo veía sobresalir sus muñecas por el cemento del muro. Imposible de extraer sus manos. Atrapadas. Sólo veía una solución, cortárselas. Pero perdería sus manos para siempre. En ese momento se despertaba desesperado. Llorando como un condenado.
...
Pasó el tiempo
...
Otra vez se repitió el sueño. Esta vez estaba decidido a sacar sus manos. Gritó. Tiró. Arrancó sus manos del muro. Y vió que sus manos eran cientos de gusanos entrelazados. Pero él se alegró. Por fin tenía otra vez sus manos. El tacto de sus manos era distinto, las apretó, y se hicieron fuertes. Las soltó y se ablandaron. Empujó la pared, y las manos penetraron en el muro. Y las sacó sin problema. Miró sus manos. Allí estaban otra vez las lineas de la mano. Eran distintas, pero incluso mejores. Un grueso gusano marcaba su linea de la vida. Otro gusano retorcido alcanzaba a la linea de la vida y otro gusano más se juntaba con estas dos. Cuando despertó, estaba llorando. Llorando de alegría. Entonces sólo tuvo una intención, salir de su habitación. Pidió permiso y le ayudó una enfermera. Salió al jardín. Buscó una zona oscura y húmeda. Y pensó en los gusanos. Entonces pidió que le sacaran los vendajes. Lo hizo la enfermera. Y él, con una inmensa fé, en todo, empotró sus manos en la tierra. Las hundió. Giró sus brazos más y más. Y entonces empezó a sentir los gusanos. Los agarró con los dedos. Los apretó. Siguió buscando. Y todos los gusanos se acercaban a sus manos. Y él los agarraba. Tiró con cuidado de los brazos. Y vió sus manos. Sus manos hechas de miles de gusanos. Sus manos vivas. Sus manos fuertes. Sus manos rojas del esfuerzo. Juntó sus manos y apretó, y se hicieron fuertes. Y miró sus manos. La vida le había devuelto sus manos.

Angélica

Él que no sabe apreciar la libertad. Él que se esconde en lo más hondo. Busca al espíritu. Pero es él. Un día se le apareció el espíritu que tánto había buscado. Pero él no se dió cuenta. Para él ese día transcurrió como uno más. Era un día que él presentía oscuro. Hacia el que no tenía deseos de acercarse. Por el que tenía un temor abrigado. Sucedió cuando volvía a su casa. Lastimero se quejaba de todo lo que le había pasado, buscaba otra vez mil razones que lo dejaran caer en paz, en su nicho de sueños. Paseaba tal vez buscando algo, pero ni siquiera observaba, se limitaba a mirar los carteles, los anuncios en las farolas, los perros pequeños, las baldosas grandes, los pies, que se movían sin descanso. Que nunca paraban. Que iban de vuelta a donde siempre. Que no le preparaban nada nuevo. Miraba a la gente, pero ocultaba su cara, si lo miraban. Parecía observador. Más sólo dejaba vagar su mirada. Como esperando que algo la detuviera. Como esperando una señal en su cerebro que le dijera que parase. Nada había de pararlo. No se puede parar al que no tiene descanso. Al que no quiere descansar. Ni siquiera la cara de aquél ángel vestido que pasó cerca suyo y que tenía el andar descansado de aquella que lo encuentra todo para dar. Ni siquiera ella, Angélica, fue motivo para su descanso.