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Blog de Lucas Diponto Repenique

Las Manos

Hacía tres meses que había tenido el accidente. El golpe contra la carretera le destrozó las manos. Le quedaron jirones de dedos cayendo de sus brazos. Los médicos le habían dicho que intentarían algún método para sustituirle sus manos. QUe harían todo lo posible. Pero él ya sabía que las había perdido. Nunca más vería su linea de la vida, que se le alargaba hasta la muñeca, y la del corazón que llegaba a tocarse con ésta después de enredarse con la de la cabeza. Su destino había cambiado. Ya no pasaría lo que debería haber pasado. Todo esto lo pensaba tumbado en su camilla, esperando. Esperando no sabe qué. Mirando al techo, o a sus pies, que aún conservaba. No quería mirar sus muñones. Sentía que estaban abultados, envueltos por muchas gasas y vendas. No quería mirar. Sólo sentía la falta de su fuerza. La fuerza directora. La que le apartaba las ramas al pasar por un camino estrecho. La fuerza que impelía al avance. La que sostenía su vida. No podía existir ya un destino para él. Sólo le quedaba esperar. Esperar su fin. Y en eso, dormir. En sus sueños siempre lo mismo. Aparecía mirando por una ventana el hermoso paisaje. Y al cabo de unos segundos, cuando iba a acomodarse el pelo, veía que sus manos estaban empotradas en la pared. Sólo veía sobresalir sus muñecas por el cemento del muro. Imposible de extraer sus manos. Atrapadas. Sólo veía una solución, cortárselas. Pero perdería sus manos para siempre. En ese momento se despertaba desesperado. Llorando como un condenado.
...
Pasó el tiempo
...
Otra vez se repitió el sueño. Esta vez estaba decidido a sacar sus manos. Gritó. Tiró. Arrancó sus manos del muro. Y vió que sus manos eran cientos de gusanos entrelazados. Pero él se alegró. Por fin tenía otra vez sus manos. El tacto de sus manos era distinto, las apretó, y se hicieron fuertes. Las soltó y se ablandaron. Empujó la pared, y las manos penetraron en el muro. Y las sacó sin problema. Miró sus manos. Allí estaban otra vez las lineas de la mano. Eran distintas, pero incluso mejores. Un grueso gusano marcaba su linea de la vida. Otro gusano retorcido alcanzaba a la linea de la vida y otro gusano más se juntaba con estas dos. Cuando despertó, estaba llorando. Llorando de alegría. Entonces sólo tuvo una intención, salir de su habitación. Pidió permiso y le ayudó una enfermera. Salió al jardín. Buscó una zona oscura y húmeda. Y pensó en los gusanos. Entonces pidió que le sacaran los vendajes. Lo hizo la enfermera. Y él, con una inmensa fé, en todo, empotró sus manos en la tierra. Las hundió. Giró sus brazos más y más. Y entonces empezó a sentir los gusanos. Los agarró con los dedos. Los apretó. Siguió buscando. Y todos los gusanos se acercaban a sus manos. Y él los agarraba. Tiró con cuidado de los brazos. Y vió sus manos. Sus manos hechas de miles de gusanos. Sus manos vivas. Sus manos fuertes. Sus manos rojas del esfuerzo. Juntó sus manos y apretó, y se hicieron fuertes. Y miró sus manos. La vida le había devuelto sus manos.

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